Colaboración en el El Diario con la publicación de un articulo de opinión de Dolores Martin-Consuegra. En el se cuenta como empezó su investigación y las torturas.
¿Cuántas veces nos hemos planteado qué tipo de vida tuvieron nuestras abuelas y abuelos? ¿A cuántos de nosotros nos han interesado realmente los relatos biográficos que nos fueron transmitidos? ¿Es la memoria un hecho puramente individual o biológico, o se encuentra mediada por las condiciones históricas y culturales que nos rodean? Estas preguntas son necesarias si queremos conocer la realidad vivida por nuestras antecesoras y antecesores, porque para hablar de la feminización de la represión franquista, es preciso hablar de memoria y desmemoria, de víctimas y verdugos, de vergüenza y de honor, pero sobre todo, es preciso hacerlo de silencios. De sus silencios y también de los nuestros.
Hace tan sólo tres años y medio desconocía que en Herencia, mi pueblo, y por extensión en todo el territorio español y en parte del europeo de la posguerra, muchas mujeres fueron rapadas y obligadas a tomar aceite de ricino. La finalidad, no era otra que incrementar la humillación pública de los vencidos, utilizando para ello el cuerpo de las mujeres de su familia.
En Herencia, durante casi una década, se violó y se rapó a un número indeterminado de mujeres, dejándoles únicamente un minúsculo mechón de pelo recogido con una cinta roja. Con un cartel colgado del cuello, todos aquellos, que por entonces sabían hacerlo, pudieron leer: “peladas por putas”.
Desfilaban defecando por el efecto del aceite de ricino, detrás de la banda de música y delante de sus vecinos. De vez en cuando, una voz las interpelaba: ¿por qué vais rapadas?; a lo que ellas debían responder: por putas. Los hombres, las mujeres y también algunos niños y niñas, las insultaban y les tiraban piedras. Muchos de ellos lo hicieron como lo hiciera en el film de José Luis Cuerda: La lengua de las mariposas, aquél pequeño alumno que le lanzaba piedras a su querido maestro recién detenido. Lo hicieron por miedo a ser ellos mismos también represaliados.
Si bien a mediados de la década de los 50, estas humillaciones públicas pasaron a ser simplemente un vestigio, en parte debido a la resolución que incorporaba a España al sistema de las Naciones Unidas, continuaron las violaciones y también la prostitución forzada para sortear el hambre, y más concretamente, para sortear la muerte por hambre. Una forma habitual de morir, que se prolongó hasta la firma de los Acuerdos de Defensa Militar con los Estados Unidos y con la puesta en marcha del denominado Plan Marshall. Un hambre, hay que recordar, irregularmente distribuida, al afectar mayoritariamente a las familias de los vencidos y a las personas más pobres del pueblo. Al final de la década de los 50 y comienzos de la de los 60, el hambre seguía dando lugar a la prostitución forzada y las violaciones no dejaron de producirse.